Éramos cinco mujeres en un carro color plata. Cruzaríamos la línea que divide a Sonora de Arizona, que divide al VH del Target, al Café Combate del Folger´s. Aquellas dos en los asientos de adelante iban de lo más cómodas. Las tres que íbamos atrás éramos los tatuajes de la una, de la otra y de la otra. Apretaditas apretaditas.
Vimos Santa Anna, Magdalena, Imuris, Nogales y Tucsón a través de las ventanillas. Tomamos café, tomamos notas. Visitamos Malls, visitamos malls (gastar era un lujo). Comimos, dormimos.
De vuelta a casa.
Y mientras tres hablaban de jefes, aguinaldos, novios y maquillaje. Natalia y yo hablábamos del mundo, de la magia, del destino, de las casualidades que no son casualidades y de todo ese montón de cosas que a veces nos separan del montón de cosas. Sonrientes. Entonces comenzó.
Los pistaches, los cheetos y la coca-cola de vainilla no podían separar a Natalia de su ENORME deseo de bellotas.
Bellotas, bellotas, bellotas.
Natalia quería bellotas.
Bellotas, bellotas, bellotas.
Parecía el coro de una canción infantil. Y a mí ya me parecía necedad. Y a mí ya me parecía absurdo. ¿Bellotas? Es más fácil abrir un pistache que una bellota, y tan pequeñitas y tan amargas y tan… Su respuesta: Quiero bellotas, bellotas, bellotas.
Entrando a Magdalena, niños y niñas ofrecen bolsas de bellotas a quien se deje (antes y después del tope). Natalia pasa por encima de mí con un billete, saca su mano por la ventana. Rápido intercambio de dinero por bellotas.
Ahhh, bellotas, bellotas, bellotas.
Se come una. Se come dos. Se come tres.
Nadie le pide. A nadie le ofrece.
Me pregunto si yo he estado equivocada todo este tiempo y ese recuerdo de las bellotas como una semilla pequeña y amarga es el resultado de una bellota que casualmente estaba amarga.
¿Me das una?
Ptt ptt ptt. Las bellotas son amargas. No entiendo, le digo, nomás no entiendo por qué te gustan las bellotas.
Y la magia de la memoria nos envuelve.
Natalia comparte un recuerdo de infancia que involucra estar sentada en la rama de un árbol comiendo bellotas y gozando del paisaje. Disfrutando su infancia, su árbol y sus bellotas. Natalia saca de esa semilla (pequeña y amarga) un instante pleno de vida, grande y dulce.
Bellotas, bellotas, bellotas.