A veces, cuando voy a la cama después de un largo y ajetreado día, tengo ganas de acomodar mi cabeza sobre la almohada y que una robótica voz me diga The test is over. Me daría cuenta, entonces, que todo lo que viví fue parte de una prueba, sólo una prueba. Miren ya no importaría tanto haberla pasado o haberla tronadísimo, porque ésta habría terminado. Y los sentimientos, frustraciones, mentadas de madre, corajes serían ya cosillas superfluas que no se van a repetir.
Sí.
La vida, no sería entonces una red compleja de pasiones, obsesiones, discusiones, barroquismos exacerbados, intereses personales y múltiples pues es que así es la vida. En cambio, sería un gran escenario con pruebas de aptitud escondidas bajo la alfombra, cables y micrófonos dentro y fuera de mi casa, agentes agazapados, esperando una otra oportunidad de medir mi rendimiento.
La vida sería una prueba de vida.
Y a la mañana siguiente, consciente de estar quizá bajo prueba mejoraría mi despempeño en un 100%, ofrecería mis más gráciles movimientos al servir cereal y leche en un tazón. Le diría buenos días a todo mundo y no me enojaría con el mecánico que me trata como si fuera una niña de 6 años y sin un mínimo IQ. Mejoraría mi velocidad de respuesta, disminuiría mi consumo de café y coca-cola. Sería todo un encanto.
Pero.
La vida no es así.
Así que, mejor, hoy me voy a ir a la cama pensando que este largo y ajetreado día finalmente se ha acabado y voy a desear con todas mis fuerzas que mañana, mañana sea mejor porque oooh, to fight is to defend!