MANDADO DAY

Hoy toca ir al mandado.
Me choca.

Estoy consciente de que hay mujeres que sencillamente AMAN el día de mandado, se pasean orgullosas, pavoneándose con su carrito. Yo no, yo a veces dejo el carrito al principio de un pasillo, digamos el de los cereales y caminando apurada voy por el cereal del hijo y me regreso. Me choca eso de andar empujando, escogiendo, decidiendo.

Además debo admitir también que soy muy muy mala para comprar. La última vez, en la sección de tomates, lo comprobé. Estaba yo tranquilamente casieligiendo y metiendo tomates a mi bolsita cuando oigo un diálogo:

– cuántos tomates?
– unos seis siete.
– son para salsa o para ensalada
– para salsa
– ah ok, entonces éstos los regreso.

¿Qué pasó??? Sentí que me perdí de información valiosísima. Hay una diferencia al escoger tomates para una salsa y tomates para una ensalada. Cómo son unos, cómo son otros??? Viví un estrés que ni les platico. Mi sentido común, que de vez en cuando aparece en mi vida, no fue capaz de indicarme las diferencias.

Angustiada, me retiré con mi bolsita de cuatro tomatitos ( de los que a fin de cuentas se echaron a perder dos por falta de uso) y empujé mi carrito sintiéndome la más tonta de todas las mujeres en el Walmart. Y esa es una, sólo una de las razones por las cuales la pienso taaanto para ir al mandado. Ni siquiera deseo mencionarles de las señoras que se meten en la fila del jamón, de las veces que le tengo que decir al hijo “eso no vamos a llevar”, de la indecisión por el detergente…

Puff

AMORES PERROS

Es curioso.
He estado pensando toda la mañana en que:

El de siete sabía que durmieron al Bebé, mi perro, y no me dijo nada, le advirtieron que se lo callara por mi bien. Se lo calló. Me lo dijeron cuando no hubo más remedio.

La Sylvia sabe que se murió El Timo, su perro, y tampoco le dije nada, me advertí callarme por su bien. También he guardado silencio. Dicen que lo tendré que decir cuando no haya más remedio. Dicen.

Aish, ¿cómo volver a los posts simpáticos con tanto amor perro?

FUNESTO

El perro de la casa ha muerto.
Pasó el fin de semana enfermo. Mi madre, como siempre, le ofreció medicinas y cuidados. Nosotros, como siempre, cuando mucho preguntamos un poco sobre él. El Timoteo era el perro de mi hijo. Viene de una larga descendencia que comienza con mi perro, El Bebé a quien recientemente hubo que mandar a dormir a causa de sus tumores y a quien en definitiva olvidé cuando yo misma tuve mi bebé.

El Timo era el bebé de mi bebé. El gusto que le daba llegar de la escuela y verlo. El gusto que le daba al perro oír el motor del carro y verlo. El gusto que daba verlos. ¿Hay algo más tierno que la convivencia de nuestros hijos con sus perros?

El perro de la casa enfermó y no hubo remedio.
A las cuatro de la mañana mi madre despertó a ver cómo estaba, a meterlo a la cocina por el frío y él ya había muerto. Estaba en el patio, solito, arropado con una vieja bata mía. Y ella fue al patio, solita, arropada apenas con su piyama. Encontrar al perro muerto debe haber significado muchas cosas al mismo tiempo. La suma de momentos. Nuestros momentos con nuestros perros. Qué cabrón cuando eso también se nos va.

Lo acomodó en una cajita. Y se fue a dormir.

A las seis, antes de que despertara mi hijo – que pasaba la noche ahí- fue por El Timo, a enterrarlo a algún lugar. Sola, otra vez.

Mi hijo no sabe que el perro de la casa ha muerto.
Él piensa que se fue, que se salió. Mantendremos las cosas así hasta que de pronto, la verdad de la muerte, del perro, de la gente, del tiempo, sea algo inevitable.

NO NOS GUSTA LASTIMAR

El combate siempre dura unos cuantos segundos. Se termina cuando uno de los dos contrincantes hace el primer punto. Se trata de tocar la coronilla o cualquier parte del cuerpo entre la cadera y el cuello o bien, patadas. Cada movimiento debe ser corto y conciso, seco sin ser fuerte.

Su contrincante es menor y por más que el de siete trata de ser cuidadoso se le va un golpe y le pega en la cara. El pequeño llora, llora. El maestro lo revisa. No pasa nada. Sin embargo el niño no puede dejar de llorar. Yo no dejo de observar las reacciones de mi hijo. Observo su cara de preocupación, ese movimiento que hace cuando tiene ganas de llorar, esa forma de tocarse los ojos. De tragarse el aire para no emitir sonido o llanto alguno. Mientras el maestro habla con el pequeño, lo anima, mi hijo no encuentra qué hacer. Deseo que me mire para decirle: no te preocupes. Pero no lo hace. Se siente mal es muy notorio.

Entiendo perfectamente. He sentido eso. No, a mí tampoco me gusta lastimar. Y aunque la situación entre ésta y aquella o esa otra que me muestra como falsa contrincante es distinta, a la vez, es la misma. No nos gusta lastimar.

De nuevo a posición de combate.
Observo en Juanantonio algo que observo en mí después de una herida, la disposición de dejarse lastimar. Sus brazos ni siquiera están en posición, su cuerpo no está rígido, su mente no está preparada para ese, para esos golpes que los pequeños puños están por propinarle. Mueve sus labios apenas y adivino que le dice a su compañero: discúlpame. Éste, por supuesto, obtiene el punto.
Vence.

Mi hijo acepta, sonríe.
Descubro en él, en mí, una fragilidad indescriptible.
Que duele.
Que define.
Que destina.

Pero el de siete tiene un buen instructor. Se le acerca, le dice algo y mi pequeño asiente. En el siguiente combate es él quien anota el punto.

Llorar en una clase de karate es absurdo, muy absurdo.
Guardo mis lágrimas en las páginas del libro que cargo y las saco ahora en forma de palabras que no muestran ni un gramo siquiera todo lo que mi hijo y su alma significan.

KARATE KID

A cualquier persona que tenga en dvd las películas Karate Kid I y/o Karate Kid II favor de prestárselas a la mamá del de siete, o más bien, al de siete porque desde que dicho susodicho asiste a sus clases de la ya mencionada arte marcial requiere de un buen bagaje de información para mejorar su grito que según dice es lo que más se le dificulta.

Sin más por el momento.
Queda de ustedes,

La mamá del de siete

: )

Al de siete le dio mucha mucha risa oír: La guerra del Peloponeso.

No lo había pensado, es gracioso, eh?

PUERTAS (relatillo)

Hay puertas que no deberían abrirse. Puertas que dan un vuelco, que azotan en su más dura extensión.

Te abro la puerta y tú, ingrato, vienes a recordarme lo que soy, lo que fui y lo que no seré.

¿HAMBRE MUCHA?

Siempre he dicho que soy una gordita atrapada en este cuerpecito (aunque lo de cuerpecito es en realidad muy cuestionable). La verdad es esta: me encanta la comida.

El sueño de mi vida es que me contraten en alguna revista o periódico para hacer una columna que se dedique única y exclusivamente a escribir sobre los principales food places de la ciudad. Por supuesto, mi sueño incluye que éstos paguen mi cuenta.

Seamos realistas, eso no va a ocurrir. De ahí que haya tomado la decisión de hacerlo gratuitamente. Los invito a visitar mi pequeño intento de convertir a Sylvissima en un Food Critic.

PALABRAS A CAMILO

Estábamos sentadas cómodamente en un lugarcito que se llama Calicanto, un lugar de café, cerveza, música, pasteles y charlas ricas. Nos sentamos afuera, estar en Chihuahua dentro de un lugar no es lo mismo.

Se nos acercó sigiloso, nos ofreció mazapanes, chicles y otros dulces. Al principio dijimos que no, luego Liliana aceptó y compró mazapanes para todas. Comenzó a platicar con Camilo, de ojos pequeñitos y sonrisa grande.

¿Cómo se dice hola en tarahumara? Pilmola, nos dijo.

Liliana hizo un trato con él: comprarle palabras en tarahumara. Pero ustedes me dicen cuáles, nos dijo.

Las palabras que le compramos a Camilo fueron:
muno: muñeca
secá: mano
chubala: cara
ké: no
wehá: sí
sewá: árbol
ocochi: perro
enomí: dinero

Yo le pregunté cómo se decía muchachas bonitas, me dijo que él sólo tenía 12 años y que por eso no le habían enseñado esa palabra aún. Camilo tiene su pelo negro y usa un paliacate amarrado en la cabeza, tiene una voz dulce y un futuro incierto.

CHIHUAHUA

Los tres días en Chihuahua fueron experiencia sobre otra. Calles limpias, caras sonrientes, semáforos con cronómetro para peatones, quintas maravillosas y lo mejor: historias divinas. Espero poco a poco ir subiendo mi versión de Chihuahua, aquí.

Conocí a Liliana Pedroza, por fin! y a Jaime Romero, otra vez!

Aquí entre nos, sí me veo viviendo allá, enseñando allá y escribiendo allá. Caminando por el bulevar Bolívar y visitando una y otra vez La Quinta Gameros.

Lo mejor fue recorrer lo que se llama La Carretera Paisano un día después de tan asombrosa marcha en Estados Unidos.