HUBO

Hubo alguna hora de la tarde en que me venía, me tomaba un entristecer. Y hallaría una distracción en vigilar la limpieza justa de cada lugar, de cada rincón, aún detrás de las puertas, por entre los muebles. Y la limpieza de la vajilla. Y azuzar, como si no fuera una mujer frágil.

Los días sentimentales, Nicolás Peyceré

VISITANTES

Esta mañana he encontrado una ranita, pequeñísima, en la habitación del hijo. Él no estaba, anoche durmió con sus abuelos. Pegué el brinco y puse el grito que se requiere en estas ocasiones. Cerré la habitación y me fui a mi recámara. Me senté en la cama. ¿Cómo sacar a dicho visitante? Porque una cosa estaba clara, tenía que sacarlo porque si algo detesta y teme el de siete son, precisamente, los sapos, ranas y demás batracios. No quería imaginar su cara al verlo, ahí justo al lado de su pelota y cerca de sus tenis.

Acto de valentía:
Vaso de plástico, caerle encima a la ranita y arrastrarla hasta la puerta. Adiós.

Esto ya había ocurrido, una vez saqué un ratoncito muerto por la misma razón que sacaría cualquier visitante peludo, viscoso o simplemente indeseado que pudiera sacarle el alma a mi pequeño.

Una, a veces, hace cosas notables, sin notarlo.

BOSTISCH en HILLO

Todo lo que dice Él de Nortec es cierto. Muy cierto, ya ven cómo es de atinado el chico pues. Pero la verdad y aquí entre nós: Aún con sillas y mesas haciéndole al estorbo, aún y los 30 minutos para que te dieran tu cerveza, aún y el espacio de cuatro centímetros entre tú y el resto del mundo, aún y el resto del mundo que parecía estar todo ahí…YO bailé bailé bailé y bailé todalanoche. Entre beat y beat (ocomoselediga) se fue el estrés, la colitis y todo lo de la semana.

SIN LIMITES (y muy feliz)

Ayer llegó a mis manos: Sin limites imaginarios antologia de cuentos del norte, libro azul maravilloso resultado del trabajo exhaustivo de Miguel Rodriguez Lozano quien además se debe haber aventado un round con la UNAM para convencerlos de publicar a un montón de norteños que hemos (je je, nótese el plural) hecho del cuento nuestro (más plural) modo.

Primera vez en antología publicada a nivel nacional, ¿cómo no estar muy feliz?

Al ladito de mí aparecen: Rafa Saavedra, Pedro de Isla, Regina Swain, Patricia Laurent, Eduardo Antonio Parra, Jesús Gardea, Joaquín Hurtado, Jaime Romero, LH Crosthwaite, Rosario Sanmiguel, Olga Fresnillo, Rosina Conde, y otros tantos más.

: )

FOR AN ALBUM

Our story isn’t a file of photographs
faces laufhing under green leaves
or snowlit doorways, on the verge of driving
away, our story is not about women
victoriously perched on the one
sunny day of the conference,
nor lovers displaying love:

Our story is of moments
when even slow motion moved too fast
for the shutter of the camera:
words that blew our lives apart, like so,
eyes that cut and caught each other,
mime of the operating room
where gas and knives quote each other
moments before the telephone
starts ringing: our story is
how still we stood,
how fast.

Addriene Rich

A CUESTAS

Yo te llevé llevaría estoy llevando
a cuestas por mi vida.
María Negroni

Nos separan nueve horas.
Algunas noches pienso en ella. Algunas mañanas, lo presiento, ella piensa en mí. A veces creo que al mismo tiempo. Sin saberlo. Sincronía completa.

Sueño con ella. En la puerta de una casa que desconozco en un país que ignoro. Su rostro. Pasa, dice. Su mano me acerca. Veo esa cicatriz en su muñeca, esa pequeñita que le hice. El accidente. Sigue ahí. Marca indeleble de vida compartida. Prueba única. Despierto: Abro los ojos miro el reloj sumo nueve horas. Sé qué hora es allá justo en cuanto pronuncio su nombre. El verdadero. El suyo.

Algunas noches pienso en ella. Orquesta de sentidos.

PONER COLOR

Cuando estaba en la Casa de Colores, durante el verano tijuanesco, tuve un rito de iniciación con la pintura. Jenny salió de su habitación armada de brochas, libretas, colores y más colores.

Me puso a pintar.

Antes debo informarles que yo ni siquiera monitos de palito sé hacer. El dibujo nunca se me ha dado. Así se lo hice saber a la dueña pero me ignoró olímpicamente, me dio algo con qué pintar, me puso un pincel en la mano y me acercó los colores.

Hice algo en azul y blanco. Un mar, un cielo o mi alma, no sé. Descubrí que “eso” me gustaba.

Decidí que era algo que tenía que hacer en casa y así, la semana pasada, fui a comprar material. Pedí: un magenta, un naranja y un azul, por favor. ¿Qué tipo de pintura?, me dijo la señorita. Un magenta, un naranja y un azul, por favor. ¿Qué tipo de pintura? insistió. Bestias, yo no tenía idea de que me hablaba. Salí de la atienda con dos frasquitos y dos tubitos, una libreta y dos pinceles.

En casa descubrí que me gustan más los tubitos que los frasquitos. He hecho desde ese día cinco experimentos con texturas, o como yo le digo, poner mucho o poco color en diferentes puntos del papel. Me gusta hacerlo, no importa cómo queden, he descubierto que hacerlo es lo único que logra hacerme olvidar todo, todo. No pienso en nada, flip flip el pincel, flip flip y dejo que los colores se lleven mi mente y me la devuelvan sonriendo.

Ayer llegué a la conclusión de que nunca podría ser pintora (me lo agradecerá mi generación y la que sigue) pero que tampoco esto es un hobby ni una terapia. Es, simplemente, poner color.

PROSA SELECTA


Anoche finalmente pude sentarme en la orilla de mi cama, bajo la lámpara y con un té en mano a leer mi nuevo libro de Alejandra Pizarnik: la prosa selecta. Con Pizarnik me pasa un poco como con la Plath, me pregunto cosas que no tienen respuesta. Leo los primeros relatos y encuentro las huellas de la poeta en una narradora portentosa. Una narradora de pánico. Subrayo unas cuantas líneas y cierro mi libro antes de la página veinte. Busco entre mis papeles el poema ese que Olga Orozco le escribió. No lo encuentro.

Esta mañana, lo encuentro: Homenaje de Olga Orozco, Pavana del Hoy para una infanta difunta que amo y lloro…

Pequeña centinela,
caes una vez más por la ranura de la noche
sin más armas que los ojos abiertos y el terror
contra los invasores insolubles en el papel en blanco.
Ellos eran legión.
Legión encarnizada era su nombre
y se multiplicaban a medida que tú te destejías hasta el último hilván,
arrinconándote contra las telarañas voraces de la nada.

En sus diarios Alejandra Pizarnik constantemente admitía su imposibilidad hacia la narrativa, esa devoradora de tiempo y ganas, se sentía quizás sin más armas que sus ojos, aterrorizada. Tendría sus razones. Yo no las encuentro, una lee su prosa y se aterroriza por lo que hay y lo que no hay en ella. Y de pronto la pequeña centinela que cae en la ranura de la noche, es una, una misma.