HAY QUE SER NIÑO

Va, pues finalmente la usé, finalmente saqué de mi ronco pecho la frase esa. El hijo y yo discutíamos por algo que yo consideraba una necedad de su parte (vaya usted a saber cuáles son mis parámetros para las necedades). Ninguno de los dos cedía, en ese forcejeo verbal se lo dije: “Tienes que hacerlo, ya tienes casi ocho años!”. Lo dije, por supuesto, otorgándole al casi-ocho-años el valor de la madurez total. Lo miré, me miró, exhaló y me dijo: “hay que ser niño, mamá”. Me quedé, como de costumbre, sin palabras y con la risilla esa que uno nunca sabe cómo describir. Desarmada.

¿Les he dicho que lo amo?

Así que básicamente lectores, tenemos que hacernos a la idea de que el de siete no es el de siete, ni el siete y medio, mucho menos el casi ocho: él es quien es. Y no hay que ser niño para entenderlo.

LA novela

Ha llegado a las cientoveinte. Ha tomado giros interesantes. Ha comenzado el diálogo. Ha descubierto. Ha velado. Tiene imágenes, listas, artículos, piezas todas de un rompecabezas que no lo es. Ha tocado el punto ese en que un lector podría decir, está terminada pero que la autora, necia como es, sabe que no, que aún le resta, que aún tiene más que decir. De tres capítulos pasamos a cuatro, de seis voces pasamos a muchas, muchas más. No, mi novela no cuenta una historia. Mi novela cuenta y no cuenta a una persona. Una que somos todos. Una que parece ser nadie.

A veces me siento desubicada, trastornada. Manejo y escribo líneas, párrafos enteros que quizá no sean parte de la novela, no tal cual. No importa. A veces me siento completa, clara. Manejo con la certeza de que estoy escribiendo lo que quiero escribir y como lo quiero escribir. Me doy cuenta del tipo de libros que me gusta hacer. Soy escritora. Fuera de todo esto, creo que llevo una vida bastante normal, a veces olvido comer, a veces cocino delicias. Tomo café en la mañana, cuando puedo un licuado de fresa con granola. Por la tarde prendo la tele, tejo bufandas. Decido no lavar los trastes o bien decido dejarlos limpísimos. Leo cuentos con mi hijo o platico con él del aire. Y en algún momento, me pongo a escribir. O leo, leo y descubro.

Así, así van mis días últimamente. Y mi novela ha llegado a las cientoveinte.

Y AHÍ

Estaba mi amigo con su novia y el otro amigo que es un poco mamá de todos. Y mi shampoo en casa de la mejor roommate del mundo y la cama y la cobija de colores y las botellas de vino donde siempre. Y estaba la Laurita en el DDS a quien sólo pude ver una vez. Y estaba la línea tan larga como de costumbre y tan llena del mundo que a veces no se comprende. Estaba también la museógrafa en labores de museógrafa. Allá, más allá, estaban el fotógrafo, la filósofa y la hija con los ojos más bellos que nunca.

Estaba pues esa ciudad de la que todo mundo habla y a la cual Cerati gritó: gracias por venir.

GONE

Mañana me voy. Al otro hogar. A la TJ.

He dicho.

MOI AUSSI

“Escribo despacio. A medida que me esfuerzo en desvelar la verdadera trama de una vida dentro de un conjunto de hechos y de decisiones tengo la sensación de que pierdo el verdadero rostro de mi padre. El retrato tiende a ocupar todo el espacio; la idea, a avanzar por sí sola.”

Annie Ernaux en El Lugar

MUSIC

Y cuando menos lo esperaba llegó un paquete, un paquete pequeño de otro continente. Del más lejano. En el paquete venía un disco y en el disco venían setentaytantos discos. Así que tengo muchos muchos mucchos nuevos discos ma-ra-vi-llo-sos. Y desde ayer me la he pasado de silbidito en silbidito oyendo una y otra vez Young Folks de Peter Bjorn and John. Y desde ayer me la he pasado risita y risita con las canciones de Girl Talk. Y desde ayer etc., etc., etc.

LOSING MY RELIGION

Nunca he sido realmente religiosa, excepto el año en que pensé que me vería divina con un vestido de primera comunión y decidí entrar al catecismo. Voy a la iglesia cuando hay bodas o bautizos. Es una convención social, me he dicho. Como tal, a últimas había pensado en qué demonios haría con mi hijo al respecto.

Va pues ayer le pregunté que si él quería hacer la primera comunión, que si quería ser católico e ir a la iglesia. Me dijo: “Católico sí soy pero no quiero hacer la primera comunión. ¿A ver cuál es la primera comunión, en la que te vistes acá o la del discursito?” Es mucha información para procesar, le pregunto sólo: “¿La del discursito?”. Me hace un gesto que me dice ay-no-mentiendes y agrega: “sí, la del discursito, ya sabes cuando el padre ta ta ta y dice que Dios es lo que ya sabemos y ta ta ta”. La misa digo para mis adentros y para mis afueras. “Sí, eso, la misa, es lo mismo siempre, ¿no?”.

Sin mucho más que discutir le digo, “bueno y entonces ¿quieres hacer la primera comunión y todo eso?”. No sé, creo que con rezar en la noche es suficiente, a lo mejor luego podemos ir a la iglesia, pero lueeeeego”.

Manejo a casa medio sonriendo, me gusta cuando él es así. Me gusta preguntar y que él a fin de cuentas decida su vida. ¿Hago bien, hago mal? No sé, hago lo que creo y si funciona o no ya veremos dentro de unos años.

LA (susodicha) NOVELA

Esa. La que me ha quitado el sueño, el hambre y a veces todo lo contrario. Esa la que se comenzó a fines de diciembre. Esa la que fue incluso ingresada a un laboratorio. Esa, llegó este día nueve de noviembre a las 6:30 de la mañana a la página cientouno.

Y a lo mejor luego, con la severidad necesaria, le quitamos veinte cuartillas. A lo mejor luego la metemos en un cajón. Pero eso, hoy, no importa.