Mi hijo es, como él mismo lo ha dicho alguna vez, un sucio materialista. No sólo eso, es un sucio consumista, presa fácil de todas las promociones de la coca-cola, las sabritas y la bimbo (sólo por mencionar algunas). Inicia una campaña, compra cuanto producto se le ponga enfrente (es decir, su mamá le compra cuanto producto se le ponga a él enfrente), inicia una colección, luego la deja a medias hasta que se le olvida.
Ha sido así por lo menos unas ochomil veces. Tuvimos snoopys, tazos, calcamonías, perritos de plástico enanos y monitos de plástico de unymil modos.
Esta vez ha tocado el turno a los gatitos funky-punky, calcas y calcas de gatitos aparentemente dulces pero en realidad unos punkosos de lo piiiorrr. El hijo, feliz, abre una bolsa de cuernitos voilá con chocolate y voilá sale un paquetito de calcas. Pero, quiso la fortuna que le saliera un cupón intercambiable por un llavero con un funky-punky y todo cambió. La expectativa era otra.
La felicidad duró poco: el dichoso cupón se perdió en los confines del universo y mi hijo no encuentra consuelo. Anoche se escondió bajo los cojines de su cama para “calmar su ira” porque “no se puede superar esa pérdida”. Le dije que ya le saldría otro, que fuera paciente y me contestó: “no, no, no… existen pocas posibilidades” y volvió a esconder su cabeza bajo la almohada.
Esta mañana me ha dicho que soñó que había encontrado el cupón.
La situación es desesperante. Así que me dirijo a usted lector para que en la primera oportunidad que tenga compre unos cuernitos, los disfrute, busque en su interior y si encuentra un cupón por un llavero recuerde que hay un niño en el mundo, un sucio materialista, consumista innato, pero de buen corazón que desea un llavero funky-punky más que nada. Su madre (la suya y la del niño) se lo agradecerán.