El once de mayo de dosmilsiete, si todos los dioses y burocracias del universo lo permiten, me graduaré de la maestría. No sé la hora y no tengo claro el lugar, pero puedo decirles: la alegría me inunda.
EL MEJOR SABADO
Levantarse a las casi once am. Tener ayuda para limpiar la casa. Desayunar té verde en taza blanca. Recibir a los amigos. Botanear con los amigos. Comer con los amigos. Ver películas con los amigos. Reír con los amigos. Abrir finalmente esa botellita de champagne.
Dormirse de madrugada.
HIS LOOKS
LOS PLATOS ERAN ENORMES (relato)
Los platos eran enormes. Infinitos. Mamá sirvió puré, carne y verduras cocidas en ellos. Cantidades gigantescas. A comer, dijo. Nosotras nos mordíamos el labio, escondíamos las manos dentro de las mangas, agachábamos la cabeza. Pero no dijimos no.
Tomamos nuestro lugar en el comedor. Mamá acercó nuestras sillas para que no hubiera espacio entre cuerpo mesa. A comer, dijo. Mirábamos el plato. Ni el puré ni la carne tenían el mejor aspecto. Siempre habíamos odiado los chícharos. Las zanahorias tenían un color insípido. ¿Cómo tomar el tenedor? Mirábamos y mirábamos y mirábamos la comida para desaparecerla.
El plato y su contenido seguían ahí.
A comer, insistió mamá. El tono era otro. La mirada era otra. Mamá era otra. Tomamos los cubiertos. Los movimos de aquí a allá sobre el plato. Deslizamos la comida. Pusimos porciones pequeñísimas en el tenedor. Hicimos como que.
Mamá iba y venía. Se movía y la casa entera era el sonido de los cubos de hielo en su vaso y el golpe de sus tacones sobre la duela. Su voz que decía: a comer.
No había salida.
Comenzamos. Cortar un poco de carne. Tragar un poco de puré. Empujar los chícharos a la orilla del plato. Rozar las zanahorias. El tiempo se extendía igual que el mantel sobre la mesa. Masticar era un juego extremo.
Nuestra lentitud la exasperó. Pronto, su cuerpo, su mirada, su voz… todo en ella, era rabia. A comer, a comer dije, gritó. Lo siguiente ocurrió así: Tiró su vaso al piso, arrebató mi tenedor, colocó carne, puré y verduras, me urgió a abrir la boca y metió todo. Repitió la misma operación con mi hermana. Muchas veces. Demasiadas veces. Van a comer, van a comer, nos decía. Ninguna de nosotras le dijo que eran las doce y que ya nos había dado de cenar.
Los platos eran enormes.
MUNDO
¿De qué hablaríamos si no habláramos del mundo?
Paul Ricoeur
Dormí, dormí lo más que pude. Cociné poco. Pensé poco.
Mi hijo, durmió poco, jugó mucho, habló tanto.
Sí, estamos bien.
LA FIRMA DE LOS RIZOS
Cuando mi hermana vivía en Londres, escribía. Postales, cartas. Escribía. Nos hacía saber. Se extendía o abreviaba pero nos hacía saber: lo que hacía, lo que pensaba, lo que había visto, comido, bebido. Todo sobre la otra vida.
En todas sus postales y cartas ponía la misma firma. Escribía: La yaya y agregaba una pequeña carita con sus ojos y una suerte de garabato que representaban sus rizos. Mi hermana tenía rizos, largos rizos oscuros. Una carita sonriente de cabello rizado, eso era su firma.
Ahora que mi hermana vive en Turquía me pregunto qué nos escribiría. Claro, si escribiera. Postales, cartas. Si escribiera. Nos haría saber. ¿Se extendería o abreviaría? ¿Nos diría lo que hace, piensa, ve, come, bebe? Algo sobre la otra vida.
Su firma sería otra.
Ausente de cara, ausente de rizos.
Ausente.
CSI
Ayer con quincena en mano me fui a comprar el capítulo especial y doble de CSI dirigido por Quentin Tarantino.
Ayer con sushi en mano fui testigo, fui investigadora, fui forense del secuestro-entierro de Stokes.
Si alguien, con sushi o no, quiere ser testigo, investitador y forense del secuestro-entierro de Stokes, pos me escribe.
LA YAYA
1. Su apodo era La Yaya porque era la única forma en que yo podía pronunciar su nombre. En casa, sólo así se le llamaba: La Yaya.
2. Las monjas estuvieron a punto de expulsarla del cole cuando la encontraron a ella fumando en el baño. Tenía dieciséis años y “a los dieciséis años una señorita no fuma en el baño” le dijo su mamá. “¿A qué edad entonces?” preguntó ella.
3. Leía Mafalda.
4. Tenía todos los discos de Donna Summer. Los ponía una y otra vez, de acuerdo al estado de ánimo repetía una u otra canción.
5. Una vez, hundió el carro de papá en un canal o quizá no fue ella. Quizá fue otro de mis hermanos.
6. Cuando viajaba en carro se entretenía buscándole forma a las montañas. No, a las nubes no. A las montañas.
ENTRE FIESTAS, HIPÓTESIS Y BUENOS DÍAS
Armar una fiesta no es cosa fácil. Armar la del cumpleañero número ocho ha sido prácticamente una hazaña. Mi hijo, por cierto, confunde hazaña con lasaña. Ya se han resuelto varios puntos: pastel, dulces, comida, bebida. De la ropa ni hablamos, desde hace dos días se le trata de convencer de comprar un pantalón nuevo y hemos recibido como respuesta “sólo si es pants como el gris”. El gris es de la old navy y aquí no hay old navy. Mientras todas estas decisiones se toman yo escribo, reescribo y borro en mi mente una y mil hipótesis para establecer esas dos que debo presentar para la casitesis. Camino y hago hipótesis. Camino y hago lista de cosas para la fiesta. Camino y me olvido de decir buenos días.
Y en mi mundo, cuando a uno se le olvida decir buenos días, ya es el colmo.