peso

ayer, después de cuatro años de nada, tomé una clase de una hora de yoga. una hora. de. yoga. bastó una hora para darme cuenta de que tengo mi cuerpo hecho pedazos o, más bien, mi cuerpo hecho bolas. bola. mi cuerpo es una bola. soy redonda y yo no era redonda. yo podía estirar, flexionar. mi cuerpo no solo es una bola, mi cuerpo está rígido. mi cuerpo está enojado. lo abandoné, lo abandoné por mi mente, por mi ansiedad, por mi duelo, por mi apatía. abandoné a mi cuerpo y lo dejé redondearse, lo alimenté y lo alimenté. no. lo sobrealimenté. sí, así fue, lo sobrealimenté para compensar.

¿compensar qué?

no sabría ni por dónde comenzar. ha sido tanta la necesidad de compensar. comer y hacer nada se volvió un refugio. casi tanto como escribir o negarse a hacerlo. casi tanto como leer y entregarse a hacerlo.

comer.

le di a mi cuerpo de comer pero olvidé que necesitaba darle algo más. ejercicio, por ejemplo.

no, nunca he tenido un cuerpo atlético, nunca he sido modelo de delgadez. es, simplemente, que antes mi cuerpo podía estirarse, flexionarse, ser, sutilmente ser. no hay nada de sutil en mi panza.

mi cuerpo alcanzó un peso que… no, debo decir: yo alcancé un peso y una lentitud y una parsimonia que no parecen mías. pero son mías. este peso es mío, esta panza es mía. dicen que una gana peso para formar una barrera, para esconderse, para protegerse. si eso es cierto, ¿cómo le voy a hacer? ya sea para dejar el peso y enfrentar lo que no he querido enfrentar o para asumir que necesito este, este peso.

Yo peso.

“Eres como gordibuena,” me dijo una amiga. “Es que eres muy antojadiza,” me dijo otra. “No es para tanto,” dice mi pareja. Supongo que no lo es excepto cuando estoy en una clase de yoga y, aunque alcanzo bien mis pies, sé que ni el camello,ni el cuervo, ni la vela, ni el pichón, van a salir bien, como antes.

Y es que peso.

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