los caprichos de Marina

imagesComo premio a mi trabajo en un intenso taller en Hermosillo, mi amiga María me regaló un boleto para ver a Marina Fages. Marina inició justo en Hermosillo su gira por México gracias a la invitación y al trabajo y a la creatividad y al interés y y y y de Vinagreberry.

El concierto lo abrieron tres chicos que calladitos calladitos tomaron el escenario, pero una vez que se pusieron guitarras y se prepararon tras la batería, esos tres chicos resultaron ser Seacat, una banda que es una bomba musical. Ese no era el sonido de alguien que ensaya en la sala de la casa los fines de semana; no, ese era el sonido de jóvenes que han trabajado duro en crear sonidos, atmósferas, letras. Ese era el sonido de tres músicos.

Y entonces llegó Marina con su cabello azul, con su guitarra, su tacita (¿de té?), y su charango. Marina y su sonrisita de no rompo un plato. Marina y su voz que rompe pelotas. Marina Fages demostró en el escenario ser una virtuosa en la guitarra, sin gran aspaviento alcanza acordes complejamente preciosos y su voz, su voz es un caramelo que se derrite, un caramelo que quema y endulza. Es esta una chica, una cantante, una músico que juega con sonidos y voz, como si todo fuera una ocurrencia del momento, un capricho.

Eso, un capricho. La música en manos de Marina Fages es un capricho que suena a “lo hago nomás porque sí,” pero que es en realidad un capricho  inteligente, un capricho meditado. Los caprichos de Marina Fages me dejaron esa noche con: “la cabeza abierta, debajo de la lluvia, debajo de las nubes y las estrellas…” como ella misma dice en su canción “Acantilados.”

Qué lindos, qué lindos los caprichos de Marina y qué lindos los caprichos de Víctor Hugo Reyna de Vinagreberry, los caprichos de llevar música en serio a Hermosillo.

 

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