Mudanza Número Seis

Del 2010 para acá me he mudado más de lo que el doctor prescribe.

Primero dejé mi casa de Villa Bonita a principios del 2010 porque en ese momento yo decía, yo juraba que en el Hermosillo y Sonoro me quedaría para siempre de los siempres muy acomodada en mi casita cerca del Navarrete. Luego vino la carta texana y con ello el apuro de dejar esa casita, venderlo todotodotodo, guardar lo otro poco y meter unas cuantas cajas, maletas y novia al carro y lanzarse a la aventura. En el inter las cajas fueron reproduciéndose, las maletas también (la novia ya no estaba). Viví en un cuarto más chiquito que la palma de mi mano por seis meses.

En enero-febrero del 2011 una amiga y una familia que amo con el alma, me rentaron una casita pequeña y preciosa con mucha historia. Ahí llegó otra novia, luego el gato, después el hijo. Mi casa de techos altos y paredes blancas fueron el nido de amistades, de historias, de cariños muchos. En el momento menos pensado la novia desapareció y el hijo se volvió chico de secundaria.

Entonces llegó Barbudo con su sonrisa y su buen humor. Llegó con un nene de ocho casi nueve años bajo el brazo. Barbudo se volvió primero amigo, luego algonoséqué, después cómplice y más tarde el novio. A puntillas entraba y salía de la casa por las noches y por las mañanas. Hasta que un día dijimos: vivamos juntos pero en otro espacio.

Y vino otra mudanza. Una mudanza hecha a seis manos pero para un hogar en el que vivirían ocho manos. Cuatro manos adultas, cuatro manos no adultas. Llegamos a un departamento pequeño, barato, mal iluminado, con lluvia por dentro y una casera muy muy metiche que, vale decir, nos colocaba bendiciones en el pecho cada que podía. De ese lugar tamaño de alfiler, salieron dos libros y una tesis. De ese lugar surgió la certeza, la fortaleza. De ese departamento salí con un vestido blanco, unas flores y con el hijo, el hijistro y el novio  rumbo al ayuntamiento para casarnos. Sí, nos casamos los cuatro.

Pero en ese depa llovía mucho, mucho.

Y nos mudamos. Nos mudamos a este depa grande y bello, con una vista hermosa del presente y del pasado, del Paso y de Juárez. Un depa con una alberca que sólo el menor de nosotros utilizó como se debe. Un lugar donde aprendimos más a ser familia, un lugar donde hubo tiempo de hacer recuerdos con mi madre. Un lugar donde salieron seis, seis libros señores, y se cumplieron otros sueños.

Y ahora, nos vamos. Otra vez.

Después de que Silver City y Brownsville dijeron que no gracias, decidimos que queríamos una casa. No, no una casa propia, pues esa es una raíz que no queremos hacer. Una casa rentada pero propia al mismo tiempo, una casa no un departamento, una casa más bien un hogar. Una casa con porche y patio, una casa con duela y grandes ventanas. Una casa con una cocina blanca que mancharemos de tomate y chocolate.

Esta es la mudanza número seis y es tan extraña y cansada como la primera, tan apresurada y abrumadora como la segunda la tercera y la cuarta. Pero, lo admito, esta es la primera mudanza en la que no implica mudarse de piel, la primera mudanza en que las cajas se llenan de plenitud.

 

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